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El presidente Donald J. Trump, el líder del país que desarrolló el sistema comercial mundial, sigue trastocando el comercio internacional al ir en pos de metas nacionales. Ha desatado hostilidades comerciales con China, impuesto aranceles al acero fabricado por aliados como Europa y Japón y restringido el acceso de India al mercado estadounidense. Prometió aplicar aranceles a México meses después de un pacto comercial.

Sin embargo, la globalización se ha convertido en una característica tan elemental de la vida que probablemente sea irreversible. El proceso de producir bienes modernos, desde aviones hasta dispositivos médicos, es tan complejo, que unos cuantos aranceles no harán que las compañías cierren fábricas en China y México y las reemplacen con plantas en Ohio e Indiana.

Lo que parece estar llegando a su fin es la era en que EE.UU. defendía el comercio global como inmunización contra conflictos futuros. Administraciones estadounidenses crearon reglas que rigen las disputas, lo que permite a los países realizar actividades comerciales con menos temor a la intervención política. Al ceder este papel, Trump ha debilitado el sistema comercial, eliminando al mismo tiempo un contrapeso para China, cuyo enfoque transaccional del comercio da poco valor a la transparencia y los derechos humanos.

En el marco de Trump, EE.UU. debe amenazar con limitar el acceso a su mercado para forzar a otros países a ceder a sus demandas.

Sin embargo, el resto del mundo se rehusa a seguir el juego. Este año, Europa y Japón iniciaron un acuerdo que deja en desventaja a los actores estadounidenses.

Bajo el Acuerdo Transpacífico, un tratado comercial separado firmado por 11 países, Japón acordó abrir su mercado fuertemente protegido a las importaciones agrícolas, dando a los productores estadounidenses una oportunidad lucrativa. No obstante, Trump retiró la participación estadounidense, y ahora los agricultores europeos han asegurado su propio acceso más amplio al mercado nipón.

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En respuesta a los aranceles de Trump, China duplicó los impuestos a los productos agrícolas y pesqueros de EE.UU. del 21 por ciento a un promedio del 42 por ciento, de acuerdo con un análisis. Pero China redujo los aranceles promedio sobre las mismas mercancías del resto del mundo al 19 por ciento.

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Trump ha promovido su guerra comercial como un medio para devolver empleos a una abandonada región central de EE.UU., pero es poco probable que los aranceles eleven el número de empleos de fábrica.

Por todo Asia, América Latina y Europa se han formado cadenas enteras de suministro. Los productores más grandes usan a China como una base para vender productos al mundo, limitando su exposición a impuestos estadounidenses.

Un sondeo reciente realizado por la Cámara de Comercio de EE.UU. en China arrojó que menos del 6 por ciento de las compañías que habían sacado operaciones de China o que consideraban hacerlo irían a EE.UU.. La mayoría estaba enfocada en el sudeste asiático o México.

La globalización no sucedió por designio gubernamental, y no será desmantelada por predilecciones políticas. Los negocios seguirán explotando el comercio y los mercados mundiales a través de las fronteras.

No obstante, la creciente guerra comercial propinó un golpe potencialmente grave al funcionamiento del sistema comercial global, y en especial a su árbitro de facto, la Organización Mundial del Comercio.

La disputa con México eleva el temor. La Administración Trump desplegó aranceles como un castigo en una disputa relacionada a la política migratoria.

El sistema comercial mundial necesita un reinicio, dijo Swati Dhingra, una economista en la Escuela de Economía de Londres. Al llevar a cabo su guerra comercial fuera del marco de la OMC, Trump, de hecho, ha apuntalado la estrategia comercial de China, una en la que los resultados financieros tienen prioridad, mientras que los intereses nacionales eclipsan los principios y las normas generales.

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Fuente: PETER S. GOODMAN, The New York Times.

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